Todos sabemos que la vida está llena de desafíos, de fracasos y de triunfos. Todos tenemos momentos en los que las cosas no salen como pensamos que deberían; y los acontecimientos negativos pueden hacernos dudar de nosotros mismos. Sin embargo esas dudas sobre nosotros mismos pueden ser mucho mas insistentes, si nuestra autoestima es menos saludable de lo que debiera ser.
Y que es realmente la autoestima?
En pocas palabras, es el conjunto de actitudes que tengo hacia mí mismo, hacia mi manera de ser y de comportarme, hacia los rasgos de mi cuerpo y de mi carácter. Su importancia estriba en que configura mi sentido de valía personal y, por lo tanto, afecta a mi modo de estar y actuar en el mundo y de relacionarme con los demás.
El destacado psicólogo Nathaniel Branden la define así: “Cómo nos sentimos con respecto a nosotros mismos afecta en forma decisiva todos los aspectos de nuestra experiencia, desde el modo de funcionar en el trabajo, en el amor o el sexo, hasta nuestro proceder como padres y las posibilidades que tenemos de progresar en la vida. Nuestras respuestas ante los acontecimientos dependen de quiénes pensamos que somos. Los dramas de nuestra vida son un reflejo de la visión íntima que tenemos de nosotros mismos. Por lo tanto, la autoestima es la clave del éxito o del fracaso”.
Así pues, si no me valoro en lo que realmente valgo, si no reconozco y aprecio mis cualidades y talentos, si no acepto con serenidad mis limitaciones, seré presa fácil de la inseguridad y la desconfianza en mí; me será más difícil afrontar y superar los problemas de mi vida cotidiana; me resultará casi imposible emprender proyectos arriesgados, pero accesibles a mis posibilidades. Y, por otro lado, podría intentar empresas que, por exceder mi capacidad, estarían condenadas al fracaso.
El miedo a ser rechazado y sentirme inferior gobierna cómo me relaciono con los demás: quiénes son mis amigos y con quién intento establecer relaciones románticas. También puede regir mi elección de una carrera profesional, lo que tengo el coraje de hacer, o lo que creo que puedo administrar. Tomo muchas decisiones para evitar el sentimiento de fracaso y vergüenza.
Además la insatisfacción conmigo mismo me produce un malestar básico, que me genera problemas en todas las áreas de mi vida. Al sentirme insatisfecho conmigo caigo inevitablemente en la autocrítica y la falta de amor por mi mismo. Y esa insatisfacción es la raíz de casi todos los conflictos en los que me veo envuelto y casi todas las discusiones en las que participo. Demando de los demás la comprensión y la aceptación que yo mismo me niego.
Y finalmente, las personas que se desestiman y menosprecian suelen ser mucho menos felices que las que tienen una autoestima suficiente.
Además, no solemos ver claramente el problema de autoestima en nosotros mismos, pues en gran medida es un proceso inconsciente, que ha tomado el control de grandes áreas de nuestra conducta sin que nos hayamos dado cuenta. No sabemos que tenemos una autoestima poco saludable. Sin embargo, múltiples pequeños detalles de nuestra forma de actuar en la vida diaria pueden reflejar una autoestima baja, como alguno de los siguientes:
Por ejemplo, si alguien señala un defecto o debilidad mía, me pongo a la defensiva y quedo resentido hacia esa persona.
O tal vez no me atrevo a decirle “no” a mi jefe, o a ese familiar, por temor a desagradarle y perder su benevolencia, porque en el fondo le doy demasiada importancia a la opinión de los demás, y en consecuencia las prioridades de mi vida pasan a segundo plano.
O quizá me resulta difícil tomar decisiones, no tanto por falta de información como por miedo a equivocarme.
O en general me exijo a mi mismo hacerlo todo sin fallos, y me siento mal cuando las cosas no salen con esa “perfección” exigida. Incluso exagero la magnitud de mis errores y/o los lamento indefinidamente.
O bien acostumbro a emitir juicios y condenar mentalmente cada falta de los demás, y sin darme cuenta con ello me juzgo también a mi mismo también por cada error cometido.
O me resulta difícil aceptar un cumplido, y si alguien destaca algo mío positivo, me siento incómodo y hago un comentario que me resta mérito, incluso cuando el elogio es merecido.
O experimento sentimientos negativos (tristeza, vergüenza, ansiedad, miedo, ira, soledad, culpa, estrés o incluso depresión) con mayor intensidad y duración. Todo lo veo con cristal oscuro, mi vida, mi futuro, y sobretodo a mi mismo, y no siento alegría de vivir.
O simplemente, cuando estoy solo, me invade una sensación desagradable, mezcla de soledad / vacío / insatisfacción, que me empuja compulsivamente a buscar compañía, la que sea, o a enfrascarme en actividades de ocio y entretenimiento con tal de no sentirla. Incluso, en un esfuerzo de adormecer el dolor de mi propia inutilidad, tal vez recurra a distracciones nocivas como drogas y alcohol, sexo compulsivo, comida o compras compulsivas.
Pues bien, como dije, todos eso son diferentes formas en que se manifiesta o la autoestima baja, o los mecanismos que utilizamos para evitar sentir el dolor causado por ella. La buena noticia es que podemos mejorar esa autoestima. Y el primer paso para mejorarla es conocernos mejor, y en eso la meditación regular es una aportación muy valiosa.
¿Y Cómo nos ayuda la práctica de la meditación? ¿Qué debemos hacer mientras meditamos y que NO debemos hacer?
En primer lugar, mientras meditas, simplemente repites el sonido, permites que los pensamientos vayan y vengan, sin juzgarlos. Todo tipo de cosas cruzan tu mente.
En la meditación, el contenido de los pensamientos espontáneos suele ser trivial. Sin embargo, como intentas continuamente encontrar un modo de repetir el sonido más suave, más libre y abierto, gradualmente te abres más a lo que hay en tu interior. Entonces brotan pensamientos y sentimientos sobre algunas situaciones de vida, por ejemplo pensamientos negativos sobre ti mismo, experiencias cargadas de sentimientos de vergüenza y fracaso, tal vez una sensación de indignación por ser criticado injustamente, o quizás un fugaz momento de triunfo. Sea lo que sea, vuelves a la repetición del sonido, con suavidad. Y al enfrentar durante la meditación los temas psicológicos con actitud mental libre nos volvemos, poco a poco, más conscientes de ellos, de nosotros mismos y de nuestras emociones.
La psicología positiva afirma que la solución a los pensamientos negativos es el control. Sin embargo, suprimir nuestros contenidos mentales agota nuestra energía y rara vez funciona a largo plazo. Luchar contra una parte no deseada de nosotros mismos crea un conflicto interno, y lo que ponemos debajo de la alfombra a menudo acaba adquiriendo más fuerza.
Sin embargo, la actitud básica que debemos intentar mantener cuando la actividad espontanea no nos gusta es la actitud mental libre: si manejamos los pensamientos negativos y las emociones difíciles con aceptación, no resolveremos todos los problemas, pero será un mejor punto de partida para cambiar nuestro comportamiento.
La aceptación no significa que nos tenga que gustar lo que no nos gusta, ni darle la bienvenida a algo no deseado. Es simplemente reconocer que está ahí, dejarlo estar ahí, sin intentar cambiarlo y sin deshacernos de ello. Es importante no confundir la aceptación con la resignación: al resignarnos, seguimos esperando que la situación sea diferente, que cambie, y tal vez hacemos algo en esa dirección. Pero cuando aceptamos, asumimos la realidad, por muy molesta y desagradable que sea, sin pretender cambiarla.
El aprendizaje consiste en armarnos de valentía para traspasar esta cortina de dolor a través de la aceptación. Al aceptar lo que no nos gusta durante la meditación, de forma indirecta aceptamos esas partes de nosotros mismos que no queremos ver o que incluso negamos por completo, y soltamos las tensiones asociadas a ello. Eso nos da más libertad y nos hace menos gobernados por la baja imagen de nosotros mismos. Al dejar que las emociones vengan y se desarrollen, nos distanciamos algo de ellas y tenemos más probabilidades de ver cómo nuestras bajas imágenes influyen a menudo en nuestras decisiones.
Y si, cuando pensamos en ponernos a meditar, nos parece que nuestro estado de animo basal está lejos de la actitud “meditativa” correcta, porque estamos nerviosos, preocupados o estresados, ¿qué podemos hacer? Pues ponernos a meditar y empezar a repetir el sonido con la menor fuerza posible, la mayor suavidad y ligereza posibles, y poco a poco la actitud mental libre y la relajación aparecerán, y con ello la posibilidad de aceptar más las actividades espontaneas no agradables. Y con ello la sensación inicial de estrés o nerviosismo, y los pensamientos negativos asociados, pierden su intensidad y su fuerza. Con ello esos procesos mentales negativos pierden parte de su poder de abatirnos.
Y por otro lado están los metapensamientos.
Como diría Antonio Machado: “Converso con el hombre que siempre va conmigo”.
Un elemento importante para el desarrollo de una autoestima más saludable, es enfrentarnos a ese yo autocritico que nos envía mensajes negativos, descalificadores y derrotistas sobre nuestra forma de meditar, en el mismo momento en que meditamos: pierdo demasiado el sonido, no lo repito bien, o no medito bien porque solo tengo pensamientos triviales, etc.” En definitiva, no medito correctamente.
Muchas veces no vemos lo que son, y solo cuando hablamos de ello en el grupo de orientación, los demás nos los hacen ver. Otras veces, si llevamos cierto tiempo meditando con regularidad, nos hacemos más conscientes de ellos. En cualquier caso, solo cuando los vemos, podemos no creérnoslos a pies juntillas, y seguir repitiendo el sonido con suavidad – sin presión – mientras los dejamos estar, o pasar, como cualquier otro pensamiento.
En la medida en que continuamente renovamos el pequeño ejercicio de recuperar la suavidad durante nuestra meditación, en que aceptamos lo que nos viene, momento a momento, nos vamos liberando de la pesada carga que representan esos juicios negativos. Y en ese sentido nuestra meditación es un pequeño laboratorio – no de idiomas sino de vida – en el cual vamos entrenándonos en aceptar nuestras limitaciones y debilidades, así como los reveses de nuestra vida.
Poco a poco incrementamos nuestra autoestima. Las bajas autoimágenes no desaparecen para siempre, pero la calidad de vida mejora pues nos regimos menos por ellas. Nos volvemos más capaces de vivir con ellas y aceptar que son parte de nosotros y una parte natural de la vida. Cuando vemos que no reflejan la verdad, se vuelven menos dolorosas y podemos elegir más libremente lo que queremos hacer.
Nos vamos sintiendo cada vez más libres para expresarnos de una manera más auténtica y espontánea. Cada vez necesitamos menos la aprobación de los demás, cada vez tenemos mas fuerza interior. Cada vez más aceptamos la responsabilidad de crear en nuestro interior los resultados de bienestar que antes solíamos delegar en factores externos. Deja de perturbarnos el no alcanzar el ideal de persona que deberíamos ser. Mejora nuestra salud física y emocional, y aumenta nuestra energía vital.
Y ese en el camino que andamos a lo largo de nuestra práctica meditativa, un camino que nos aporta beneficios no solo a nosotros mismos sino también a los que nos rodean.
Y termino con el siguiente cuento de Anthony De Mello: «¿Qué he de hacer para amar a mi prójimo?», preguntó el discípulo al Maestro. «Deja de odiarte a ti mismo», respondió éste. El discípulo meditó larga y seriamente estas palabras y regresó a decirle al Maestro: «Pero si yo me amo demasiado a mí mismo ... Si soy un egoísta y un egocéntrico ¿Cómo puedo librarme de mi egoísmo?» «Sé amigo de ti mismo, y tu yo quedará satisfecho y te dejará en libertad para amar a tu prójimo».